Un día más, en el pasillo de refrigerados del super, un paquete de color negro de pasta brick me miraba. Yo me hacía la despistada, pero él, insistentemente, día tras día, me retaba con su figura negra y elegante. Además, era único en su especie. Se encontraba rodeado entre cantarines colores de envoltorios de masa quebrada y hojaldre. Y ahí estaba él, haciéndose notar, con esa sobriedad que le aportaba el color negro, acompañado de una sutil fotografía y elegantes letras.
Y de pronto, un día pasó. Tal vez, el día caluroso hizo que mi mente se nublara por momentos, que el reloj marcara ya el mediodía, o que el pasillo abarrotado me llevara al lugar. Pero, aquél conjunto de incidencias, hizo que mi mano cogiera aquél elegante paquete de pasta brick, y sin apenas darme cuenta, el soberbio paquete, cayera en mi carro de la compra. Y ahí empezó todo.